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Organizaciones líquidas: La era del nuevo líder servicial

Te regalo esta adivinanza relacionada a las organizaciones: suele vestir de negro y blanco pero no es cebra, tiene la mirada penetrante pero no es pantera, suele ser bastante desalmado y no es el profesor de universidad que te puso 3 en el último parcial de tu vida. Es autoritario y más distante que el reino de Muy, muy lejano en la película de Shrek. ¿Quieres la respuesta? Aquí va: j-e-f-e.

Como si se tratara de una monarquía absoluta que -tristemente- sigue constituyendo gran parte de las organizaciones, la figura del “jefe” como entidad designada por un Dios supremo se posiciona en el primer lugar del ranking conocido como “la lista de roles que deben dejar de existir en tu empresa”. 

Ante el avance intrépido de una tecnología que no pide permiso para crecer, se hizo notorio el cambio de paradigma, especialmente, en el mundo de las organizaciones. Empresas e instituciones dispuestas a generar un crecimiento exponencial, se encuentran actualmente, en el proceso de cambio hacia modelos de gestión líquidos, o dicho de otra manera, modelos que cuenten con un organigrama horizontal. 

Adiós jefes. Hola líderes serviciales.

¿Qué son las organizaciones líquidas?

Enraizada en el término de “modernidad líquida” de Zygmunt Bauman, sociólogo polaco fallecido en 2017, esta conceptualización hace referencia a aquellas estructuras corporativas que evolucionan y se transforman en un entorno diluído que tiene la particularidad de ser flexible. Allí es donde las palabras “adaptación” y “transformación” se erigen como el norte de todo mecanismo de acción y pensamiento.

En esta clase de organizaciones, el formato de estructuración del trabajo es mucho más rápido, transparente y concreto. Con una jerarquización vertical totalmente desdibujada, la disposición de los roles laborales se ve favorecida por la aparición de equipos multidisciplinarios que cooperan entre sí por proyectos de forma fluida. 

Otra de las características de las organizaciones líquidas es que su principal enfoque es el capital humano, es decir, la persona es el centro de la empresa y se hace todo lo posible por reconocerla y fidelizarla, no sólo por el cargo que ocupa, sino también por las habilidades y aptitudes -especialmente las digitales- que no hacen más que enriquecer a la estructura organizacional.

Las empresas y colaboradores líquidos aceptan los cambios y la velocidad de transformación como algo natural, convirtiéndose en entes e individuos versátiles que saben manejar escenarios inesperados, trabajando en ideas innovadoras que minimicen riesgos.

El nuevo líder de las organizaciones líquidas

Con esto, el ejercicio del liderazgo en las organizaciones también ha evolucionado. La imagen de la oficina vidriada con puerta cerrada a la cual nadie se atreve a tocar ha desaparecido. Ahora nos encontramos frente a un líder líquido que no tiene paredes que separen ni puertas del terror. Él es quien observa, inspira y motiva al equipo de talentos para propiciar relaciones de calidad que invitan a la creatividad y eliminan cualquier rastro de superioridad o incomunicación que pueda perpetuar la figura mal ejecutada del jefe.

Así es como, uno de los principales retos de las organizaciones flexibles es lograr una verdadera autodisciplina, puesto que cada persona tiene como tarea primaria desarrollar la consciencia del papel protagonista que juega en el proyecto y cómo debe actuar para producir resultados multiplicadores a medida que se van presentando las necesidades.

Por este motivo es que la constitución de una persona líquida toma en cuenta, no sólo los requerimientos técnicos esperables sino también habilidades blandas como el desarrollo inteligente del pensamiento analítico, el aprendizaje activo, el liderazgo social, el uso y control de la tecnología, la resiliencia, la orientación al servicio, la inteligencia emocional y el poder de brindar soluciones originales.

Agilidad en las organizaciones líquidas

Se podría decir que una de las piedras fundacionales en esta gestión de vanguardia es nada más y nada menos que la filosofía de las metodologías ágiles: ser agile y hacer agile.

Nacida en los albores del siglo que nos tiene como protagonistas, el concepto de agilidad vino a este mundo a modo de solución frente a una serie de cuestionamientos que muchos especialistas en materia de tecnología empezaron a hacerse: acciones improductivas, proyectos que fueron cancelados por insatisfacción del cliente, burocracia y papeleo innecesarios, tiempos de trabajo muy prolongados… y más.

En este sentido, la importancia del aporte ágil en este terreno tiene que ver con llevar la cultura de una empresa del punto A al punto B. Es decir, generar un espacio de evolución y crecimiento organizacional que empape no sólo a la estructura misma sino también a los colaboradores. 

¿Cuál es el plus de la filosofía agile?

  • Estructura: simplifica y elimina niveles, roles y responsabilidades. Racionaliza y descentraliza la toma de decisiones.
  • Procesos: libera tiempo para enfocarlo en acciones que generen valor, gestiona y valoriza la planificación y el desempeño.
  • Tecnología: favorece la creación de herramientas y sistemas que apoyen la implementación y puesta en marcha de cambios rápidos y dinámicos.
  • Personas: prepara a gerentes para ser líderes serviciales, gestiona el talento a partir del reconocimiento y propicia redes orgánicas de comunicación.